Los obstáculos del conocimiento
El conocimiento es un proceso interminable de acercamientos sucesivos limitados por las condiciones históricas concretas del individuo que conoce y de su sociedad. Gaston Bachelard llamó a estas dificultades obstáculo epistemológico.
Este obstáculo se presenta de dos maneras: como dificultad técnica y/o como dificultad cultural. El obstáculo técnico se refiere al nivel poco desarrollado de los instrumentos de investigación. Mientras que la dificultad cultural tiene que ver con la ideología de la época. Uno de los muchos ejemplos de la historia de la ciencia es el siguiente:
William Harvey había observado pacientemente la acción del corazón y de la sangre. A cada contracción el corazón bombeaba cierta cantidad de sangre en las arterias. Al cabo de una hora había bombeado una cantidad que pesaba tres veces más que un hombre. ¿De dónde venía toda esa sangre? ¿A dónde iba? ¿Venía de la nada? ¿Se desvanecía en la nada?
A Harvey sólo se le ocurría una respuesta: la sangre que salía del corazón tenía que volver a él. La sangre tenía qué circular por el cuerpo.
William Harvey nació el l de abril de 1578 en Folkestone, Inglaterra. Estudió en Cambridge, luego en Padua, Italia, que por aquel entonces era el centro del saber médico. Obtuvo su título de doctor en 1602 y fue médico de cámara de Jacobo I, y luego de Carlos I.
Su vida privada transcurrió sin grandes sobresaltos, porque aunque vivió una época en que Inglaterra sufría los trastornos políticos de una guerra civil, Harvey nunca mostró interés por la política. La afición que le absorbía era la investigación médica.
Galeno, el gran médico griego del siglo III d. C., pensaba que la sangre iba y venía suavemente por las arterias y pasaba a través de orificios invisibles en la pared que dividía el corazón en dos mitades. La sangre iba primero en una dirección, luego en la contraria. La teoría de Galeno subsistió durante mil cuatrocientos años.
En tiempos de Harvey hubo muchos doctores que especularon acerca del movimiento de la sangre; Harvey, por el contrario, buscó dentro del cuerpo las claves que explicaban el misterio, siguiendo en esto los pasos de Andreas Vesalius, un gran médico belga que había enseñado en Padua una generación antes que Harvey estudiara allí. Vesalius, que fue el primero en diseccionar cuerpos humanos, fue el padre de la anatomía.
Harvey estudió el corazón en animales vivos y observó que las dos mitades no se contraían al mismo tiempo. Estudió las válvulas que se hallan entre los ventrículos y las aurículas (las pequeñas cámaras del corazón) y advirtió que eran válvulas unidireccionales. Estudió las válvulas de las venas y halló que también eran de una sola dirección; estas últimas las había descubierto el profesor de Harvey en Padua, un médico llamado Fabricius, quien, sin embargo, no había comprendido su función.
Era claro que la sangre podía salir del corazón por las arterias y entrar en él a través de las venas. Las válvulas impedían que el movimiento se invirtiera.
Harvey ligó diversas arterias y observó que sólo se hinchaban del lado del corazón. Luego hizo lo propio con venas: la presión crecía del lado opuesto a] del corazón. En 1616 estaba seguro de que la sangre circulaba.
La teoría sólo tenía una pega, y es que no había conexiones visibles entre arterias y venas. ¿Cómo pasaba la sangre de unas a otras? El sistema arterial era como un árbol en el que las ramas se dividen en ramitas cada vez más pequeñas. Cerca del punto donde las arterias parecían terminar surgían venas minúsculas que luego se hacían cada vez más grandes; pero no había ninguna conexión visible entre ambas.
Pese a esa laguna, Harvey dio por buena su teoría en 1628. Publicó un libro de 52 páginas con un largo título en latín, que se conoce generalmente con el nombre de De Motus Cordis ("Sobre el movimiento del corazón"); fue impreso en un papel muy delgado y barato y contenía cantidad de erratas tipográficas; pero aun así derrocó la teoría de Galeno.
Los resultados no fueron al principio muy halagüeños para Harvey: disminuyó su clientela, sus enemigos se rieron de él y los pacientes no querían ponerse en manos de un excéntrico. Se le puso el mote de "circulador", pero no porque creyera en la circulación de la sangre, sino porque en latín coloquial significaba "charlatán", nombre que se les daba a los vendedores ambulantes que ofrecían ungüentos en el circo.
Harvey guardó silencio y prosiguió con su trabajo; sabía que al final le darían la razón.
Y así fue. La prueba final vino en 1661, cuatro años después de morir Harvey. El médico italiano Marchello Malpighi examinó tejido vivo en el microscopio y encontró diminutos vasos sanguíneos que conectaban las arterias y venas en los pulmones de una rana. Los llamó capilares ("como cabellos") por sus pequeñísimas dimensiones. La teoría de la circulación estaba completa.
La importancia del trabajo de Harvey reside en los métodos que utilizó. Harvey publicó la "autoridad" con la observación y escrutó la naturaleza en lugar de hojear viejos manuscritos polvorientos. A partir de allí creció el monumental edificio de las ciencias de la vida que hoy conocemos.
En la época de Harvey, la única teoría válida sobre la medicina era la de Galeno, por tanto, cualquiera que se le opusiera sería considerado un excéntrico. Eso es un ejemplo de lo que se llama un obstáculo epistemológico cultural. Mientras que el obstáculo epistemológico de carácter técnico fue el hecho de que Harvey no contaba con instrumentos suficientemente desarrollados como para poder demostrar o encontrar la conexión entre arterias y venas: un buen microscopio.
Enrique Pichon-Rivière suma otro obstáculo al anterior. Lo llamó obstáculo epistemofílico, entendiendo por tal, el problema que una persona tiene que franquear para poder acceder al nuevo conocimiento. A las personas, en especial al inicio de un proceso nuevo, nos cuesta trabajo renunciar a lo ya conocido para pasar a lo desconocido: "Más vale viejo por conocido que bueno por conocer", es el lema de esta actitud. La actitud de resistencia al cambio se debe a que las estructuras cognoscitivas del sujeto no están tan desarrolladas como para enfrentar ese nuevo objeto. Su manifestación puede ser la conducta de ataque por un sentimiento de molestia o coraje; también puede experimentarse tristeza o aburrimiento.
El obstáculo epistemofílico es el primero que ha de vencer el investigador para luego oponerse a las explicaciones existentes en ese momento histórico y trascenderlas en una obra creativa que supere dicha visión, logrando así un conocimiento más preciso que el que su sociedad sostiene.
A veces nuestra forma de ver la realidad es el mayor obstáculo para el conocimiento. Sólo la necesidad imperiosa obliga a la acción que posibilita un nuevo equilibrio, más estable pero, al mismo tiempo, más plástico, es decir, más capaz de realizar cambios tanto en el objeto como en el sujeto. Parece inevitable sentir confusión, desconfianza, temor y aburrimiento ante lo desconocido, pero al mismo tiempo, el conocer trae placer y satisfacción.
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